Homilía pronunciada por el Eminentísimo Card. Antonio Cañizares, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en ocasión de la celebrarnos del 50 Aniversario de la fundación de Siervas Gudalupanas de Cristo Sacerdote
26 de julio de 2011, Catedral del Sagrado Corazón, Ecatepec, Estado de México,
Queridos hermanos y hermanas: Hace cincuenta años, Dios enriqueció con un nuevo carisma de vida consagrada a su Iglesia. Hace cincuenta años Dios inspiró a la Sierva de Dios María de Jesús del Amor misericordioso, María de Jesús Guízar Barragán, para alumbrar el Instituto de Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote. Llenos de gozo, hemos venido a esta catedral de Ecatepec, no lejos de Nuestra Señora de Guadalupe, para dar gracias a Dios por este gran don. Necesitamos de la ayuda, de la compañía, del auxilio de nuestra Madre para dar gracias al Señor, como El merece. Por eso hoy tomamos de los labios de Santa María las palabras con que Ella proclama la grandeza del Señor.
En
María, la primera bendecida y enteramente santificada, nos lleva y nos acerca a Cristo, que no desdeña de llamar a los hombres “hermanos”, que sabe de nuestra condición humana, y que se ofrece al Padre como víctima y ofrece la entrega total de su propia vida, como sacerdote, por nosotros los hombres.
También en vosotras, queridas hermanas, Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote, en vuestra entrega y consagración entera y para siempre al Señor, Dios hace presente su designio de gracia de ser elegidas y llamadas a ser, en Cristo y con El, santas e inmaculadas, irreprensibles, ante El por el amor. Doy y damos gracias a Dios por vosotras, queridas hermanas, en concreto, por vosotras que hoy, en este día dais gracias por vuestro nacimiento, hace cincuenta años, como instituto de vida consagrada, porque en Jesucristo habéis sido enriquecidas con toda clase de bienes. Damos gracias a Dios por vosotras porque el Señor os ha llamado, porque en lo más íntimo de vuestro corazón ha resonado la llamada: “¡Sígueme, ven conmigo!. Déjalo todo, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Ven y sígueme con la cruz, porque me ves y me encuentras en los pobres y en los crucificados de este tiempo, ven acompañando y ayudando a los sacerdotes, junto a
Vosotras, como María, habéis respondido: “Aquí estoy, aquí está la esclava del Señor; que se haga en mí conforme a lo que tú quieres; te seguiré donde te puedo encontrar: en
Esto exige de vosotras, queridas hermanas, una conciencia viva de la grandeza de la vocación recibida a la que habéis sido llamadas, tan unida a la de
Buscad con ansia la unión con Dios. Intensificad vuestro trato de amistad con Él, que sabéis que nos ama, contemplad el misterio insondable de Dios, que es Amor, y sacaréis de ahí amor. Adentraos en el amor de Cristo, sobre todo escuchando y acogiendo su Palabra, participando de
Se trata de seguir a Cristo, pobre, humilde, misericordioso, que se rebaja y se despoja de todo en obediencia al Padre en todo hasta la muerte y una muerte de Cruz, en la que nos ama hasta el extremo y todo lo penetra y redime por su amor, por su caridad sin límite en favor de todos los hombres sin exclusión, de modo particular en favor de los hermanos sacerdotes, en quienes está y obra Cristo. Se trata de servir a
Así, en una sociedad en la que con frecuencia falta la valentía para aceptar compromisos irrevocables, y en la que muchos prefieren vanamente una vida sin vínculos, la del
testimonio de vivir con compromiso en una decisión por Dios, que abarca toda la existencia. Sois personas consagradas por la profesión y práctica de los consejos evangélicos, en el carisma propio que Dios ha suscitado en favor de su Iglesia. Vuestras vidas han de ofrecer un testimonio esencialmente evangélico, en conformidad con las bienaventuranzas, fiel retrato de Jesús, que afirman la supremacía de Dios, la confianza en El, y el testimonio de su amor y de su misericordia sin límites. Continuamente tenéis que volveros a Jesucristo, Evangelio vivo, y Sacerdote y víctima que se ofrece por amor a todos, reproducirlo en vuestra forma de pensar, con el auxilio de la gracia, con el don del Espíritu y la ayuda de Santa María y de todos los santos.
Os habéis consagrado al Señor para ser pobres como Cristo pobre; obedientes, como Él y su Madre. la siempre Virgen María, aceptando esa actitud del Corazón de Cristo, traspasado por amor, que vino para redimir el mundo no haciendo su propia voluntad, sino la del Padre, y así traer la buena noticia a los que sufren, y a sanar las heridas y los corazones desgarrados de los hombres: como los sacerdotes. Y al Señor os consagráis viviendo con todas sus consecuencias la castidad perfecta por el Reino de los cielos, como señal y testimonio de caridad, como manantial de fecundidad apostólica y como anticipo de la vida eterna en el reino de los cielos; sirviendo en todo, como la fiel esclava del Señor y como el que no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos. ¡Qué sacerdotal es todo esto, como quería vuestra Madre Fundadora,
Hoy el mundo necesita de vosotras. Necesita ver ejemplos vivos de aquellos que, dejándolo todo, abrazan como ideal la vida según los consejos evangélicos, que dan testimonio que Dios es Dios, el único necesario, porque es Amor, y que ayuda, y quieren a los sacerdotes, que dan su vida por ellos y en ellos confían, porque sabéis que el mundo los necesita. Dad testimonio con valentía de Jesucristo resucitado y de la santidad de Dios, que es el Amor que es El mismo. Ofreced el testimonio y ejemplo vivo de lo que es una vida consagrada y santa por el amor: Todo por Jesús, y todo por los sacerdotes, que El ha elegido, llamado y consagrado. El, hermanas Guadalupanas, os ha llamado, os habéis encontrado con Él y le habéis seguido. Os habéis dejado seducir por Él. Seducidas por la luz y el amor que no tiene ocaso, habéis encontrado el tesoro inagotable, la perla preciosa; y lo dejáis todo por poseerlo. Sed fieles. Os ha traído al desierto, lugar de oración, de encuentro, de soledad; os ha hablado a vuestro corazón; os ha desvelado su secreto, que es el amor, para que hagáis partícipes de esa intimidad con El a los demás. Con El estáis desposadas. Cristo es vuestro esposo. Sois signo del desposorio de Cristo con la Iglesia. Desposorio en amor, en fidelidad y en compasión, y misericordia. En nadie mejor que en vosotras se realiza el signo del amor de Cristo, que ha amado a la Iglesia y se ha entregado por ella.
Cristo es el centro de vuestro amor. Pensar, sentir, amar como Cristo Jesús; obrar, conversar y hablar como El; conformar, en una palabra, toda vuestra vida con la de Cristo; revestiros de Cristo Jesús es vuestra ocupación esencial, es revestiros de su santidad en el amor. Comola Virgen María , toda santa, fiel esclava del Señor. Todas, enteramente para Jesús. Que Cristo viva en vosotras. Amad a Cristo con un corazón indiviso, para que su amor arrebate y cautive a los hombres, ganándolos para el Evangelio. Ganad a los hombres para Cristo, para que los hombres lo descubran, lo conozcan y crean en El. ¡Qué sacerdotal es todo esto!.
Cristo es el centro de vuestro amor. Pensar, sentir, amar como Cristo Jesús; obrar, conversar y hablar como El; conformar, en una palabra, toda vuestra vida con la de Cristo; revestiros de Cristo Jesús es vuestra ocupación esencial, es revestiros de su santidad en el amor. Como
Que
Tened muy presente aquellas palabras de
Estas palabras de
Esto es posible, si como leemos en el Evangelio, al igual de María, creemos y confiamos plenamente en Dios. “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Dichosos nosotros si nos fiamos de Dios, si creemos en Él, porque entonces se manifestará la alegría y el consuelo de Dios en la tribulación, que es el saber y comprender que nos ama sin límite alguno, infinitamente, en un verdadero derroche de gracia y de generosidad, en su Hijo, Jesucristo. No sabemos, hermanos, lo que tenemos con la fe. Es lo más grande, lo más importante para cada hombre, la mayor de las riquezas que hemos recibido. El camino del futuro es el camino de la fe y la confianza en Dios y su ternura misericordiosa, que vemos en María. La esperanza de un futuro nuevo está en seguir la senda de la fe, que nos enseña y aviva
de la gracia y la del amor, su bondad y su ternura que ha aparecido en Jesucristo. Toda la angustia qu existe en el mundo está amparada por una misericordia infinita, y está superada siempre y en todo momento por la benevolencia, el amor y la salvación de Dios que, en María, nos hace gustar y comprobar su inenarrable ternura para con los hombres. ¡Virgen de Guadalupe, ruega por nosotros, ruegas por tus queridas Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote!
Antonio, Cardenal Cañizares
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