Todo por ti Jesús mío, el padecer, el morir, el descansar y el amar

Apertura del Año Jubilar de las Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote

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  • En torno a los restos mortales de la Madre María de Jesús del Amor Misericordioso, Guizar Barragán, su Fundadora, están aquí para dar gracias a Dios por el bien realizado, para depositar sobre el altar del Señor las esperanzas y los anhelos del Instituto y para, al mismo tiempo, pedir perdón por las posibles fallas que hayan dejado huella en la vida de su familia religiosa.

    Homilía de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México en la Apertura del Año Jubilar de las Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote
    Queridas Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote.
    Queridos hermanos todos en el Señor,
    Me complace encontrarme aquí con todas y todos ustedes que con ánimo agradecido al Padre se han congregado para dar inicio al solemne Año Jubilar convocado con motivo del 50º aniversario de la fiesta de fundación de la Congregación de las Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote.
    En torno a los restos mortales de la Madre María de Jesús del Amor Misericordioso, Guizar Barragán, su Fundadora, están aquí para dar gracias a Dios por el bien realizado, para depositar sobre el altar del Señor las esperanzas y los anhelos del Instituto y para, al mismo tiempo, pedir perdón por las posibles fallas que hayan dejado huella en la vida de su familia religiosa.
    Con estos sentimientos, particularmente a lo largo de este año de gracia elevan y continuarán elevando sus oraciones al Señor Jesús, Hijo de María, Sacerdote y Víctima, pidiendo abundante el auxilio del cielo e implorando las gracias necesarias para seguir sirviendo a Cristo Sacerdote en sus sacerdotes, conforme al carisma que el Espíritu Santo inspiró a la “Madre Chuy”.
    Pero, seguramente también desean preguntarse sobre el cómo se ha vivido la fidelidad y sobre cómo puede impulsarse la espiritualidad y el carisma originario en cada una de las hermanas. Desde esta perspectiva, me uno con gusto a la ferviente invocación al Padre del Sumo y Eterno Sacerdote, para que la presencia del Espíritu Santo las sostenga y las inspire a lo largo del camino.
    En esta circunstancia deseo, ya desde ahora y muy de corazón, rendir con la plegaria y el recuerdo un homenaje a la Madre María de Jesús y, junto a ella, a tantas y tantas hermanas que siguiendo vivencialmente sus pasos han dado testimonio de generosa entrega evangélica a lo largo de los 50 años de vida del Instituto, sirviendo a Cristo en sus “otros Cristos”, a menudo en situaciones nada fáciles. Que su ejemplo y testimonio las aliente a seguir adelante, en el servicio fiel, confiado, optimista y humilde, fundamento de su oblación a Cristo y con Cristo sacerdote, por la senda que las conduce a la santidad. Esta es la razón primera de la existencia del Instituto, y es, de suyo, el objetivo principal de su carisma.
    Efectivamente, queridas hermanas, en el "corazón" de su ser religiosas está y debe estar siempre luminoso este objetivo: ¡ser santas! Ser siervas, cuyas fundamentales características es el ser “buenas y fieles” (cfr. Mt 25,21); ser fieles y, entonces, mujeres del “fiat” a semejanza de María (cfr. Lc 1,38), hasta la cruz, como las santas mujeres (cfr. Mc 15,40-41). Ser siervas, como el Hijo del Hombre y de tal modo, que desde ese servicio se haga presente el rostro alegre, compasivo y misericordioso del Padre, en el rostro del Hijo que lo hace visible.
    Teniendo a la vista este horizonte, nunca olviden que el camino hacia la santidad es un camino con Jesús. Siempre con Jesús que las ha elegido, para ser y estar con Él, y para que desde Él y en Él, centren su vida en “el modelo de Cristo en su entrega sacerdotal, penetrándolo de espíritu de servicio, oblación y sacrificio”, manteniendo vivo “el anhelo de colaborar en su plan misericordioso por el cual Él se consagró a sí mismo por los suyos, para que ellos también fueran consagrados para la obra de santificación” (Constituciones Nº 9). Un anhelo que necesaria e indisolublemente debe tener como fundamento la fe. Esta es la clave: la fe en el Señor, en su Persona, en su Palabra, en su Obra.
    Durante el rezo del Angelus del pasado 20 de junio, el Santo Padre hacía notar que Jesús, frente a la profesión de fe de Pedro, renueva a éste “y a los demás discípulos la invitación a seguirle en el camino comprometido en amor hasta la Cruz”. Y luego añade: “También a nosotros, que podemos conocer al Señor mediante la fe en su Palabra y en los Sacramentos, Jesús nos dirige la propuesta de seguirle cada día, y también a nosotros nos recuerda que para ser sus discípulos es necesario apropiarnos del poder de su Cruz, culmen de nuestros bienes y corona de nuestra esperanza”.
    Ya antes, durante la homilía pronunciada ese mismo día en la Misa de ordenación de nuevos presbíteros, el Papa Benedicto XVI se preguntaba: “¿De dónde nace este acto de fe? Si vamos al inicio del pasaje evangélico, -anota el Santo Padre-, constatamos que la confesión de Pedro está ligada a un momento de oración: “Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él”, dice san Lucas (9,18). Es decir, los discípulos son involucrados en el ser y hablar absolutamente único de Jesús con el Padre. Y se les concede de este modo ver al Maestro en lo intimo de su condición de Hijo, se les concede ver lo que otros no ven; del “ser con él”, del “estar con él” en oración, deriva un conocimiento que va más allá de las opiniones de la gente, alcanzando la identidad profunda de Jesús, la verdad”.
    ¡Cuánto, en verdad, es el amor de Jesús, que nos elije para que estemos siempre, día a día, hora a hora, minuto a minuto, con Él!
    Hermanas, ¡qué grande es el amor de Cristo por ustedes, al grado de haber querido tenerlas consigo, no solamente para realizar su misión, sino también para que estuvieran con Él, para que junto con Él lo acompañaran en la realización de la tarea que Él mismo lleva a cabo en la persona de sus sacerdotes, en todo momento y hasta la cruz.
    Como nos enseña el Santo Padre, “Jesús, “a todos decía: 'Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga'” (Lc 9,23). Tomar la cruz significa comprometerse en derrotar al pecado que obstaculiza el camino hacia Dios, acoger cotidianamente la voluntad del Señor, acrecentar la fe sobre todo ante los problemas, las dificultades, el sufrimiento. La santa carmelita Edith Stein nos dio testimonio de ello en un tiempo de persecución. Escribía así desde el Carmelo de Colonia en 1938: “Hoy entiendo... qué quiere decir esposa del Señor en el signo de la cruz, porque por completo no se comprenderá nunca, ya que es un misterio… Más se hace oscuro a nuestro alrededor, tanto más debemos abrir el corazón a la luz que viene de lo alto” (La elección de Dios. Cartas (1917-1942), Roma 1973, 132-133).
    Muy queridas hermanas: Celebramos la Eucaristía. Jesucristo se hará real y verdaderamente presente en el altar. El mismo Señor que las llamó a seguirle con una radicalidad semejante a la de su Madre Santísima, viene a nosotros. Acogiéndolo a cada instante y particularmente en el milagro de la Eucaristía, serán capaces de ser cada vez más fieles y eficaces colaboradoras en la construcción del reino de Dios en los corazones y en el mundo.
    Participando cuotidianamente de la Eucaristía, en la cual han de centrar su piedad (Cfr. Ibidem Nº 11), permanecerán en esa comunión de vida y amor con quien las ha llamado e invitado a entregar la vida hasta el último suspiro, y, uniendo sus vidas y corazones al Corazón de Santa María de Guadalupe y al Corazón sacerdotal de Cristo, podrán seguir ofreciendo incesante y válidamente su oración, sus sacrificios y penitencias por los sacerdotes, a quienes, a ejemplo de su Fundadora, podrán atender con respetuosa caridad, amor y alegría.
    Comiendo el Cuerpo y bebiendo la Sangre Eucarística, comulgan con Dios que se da en Jesús, reencuentran su verdadera identidad de creaturas llamadas a vivir en la libertad el amor recibido y compartido, descubren que su consagración y su caminar en este mundo tiene como meta el encuentro con Dios y la vida eterna, y aprenden a dar pleno sentido a su vida cotidiana en la vivencia gozosa de la pobreza, la castidad y la obediencia.
    Alimentando, pues, en ustedes, el clima de intensa y amorosa comunión con Jesús, alégrense siempre por el tesoro de su vocación. Manténganse siempre unidas a Él. Pues ¡Él es la Palabra del Padre; Él es el Camino, Él es la Verdad, Él es la Vida!
    Que Él, su Camino a lo largo de este año y siempre; que Él, la Verdad, les conceda la gracia de poder discernir, valorar y reforzar su carisma, para hacerlo más propio y para proyectarlo, como auténticas discípulas y siervas del amor, en la Iglesia y en el mundo entero.
    ¡Alégrense! y vivan con gratitud el tesoro de su vocación, y manténganse siempre firmes en la esperanza, porque serán “dichosos los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y perseveran, hasta dar fruto”.
    Y que María, la sierva del Señor, que conformó su voluntad a la de Dios, que engendró a Cristo donándolo al mundo, que siguió a su Hijo hasta los pies de la cruz en el supremo acto de amor, las acompañe cada día de sus vidas y les alcance los dones del Espíritu, para que siguiendo sus pasos, puedan, en Cristo, con Cristo y por Cristo, decirle siempre: “Fiat”, “Hágase, Señor, siempre tu voluntad”.
    “¡Oh Jesús! Recibe en tu misericordioso corazón a tus Siervas Guadalupanas de Cristo Sacerdote que imploran tu protección, ahora y siempre. Amén” (Oración para el Año Jubilar).

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    Copyright (c) 2011, hacia los altares, 2 febrero 2011