La actividad propia de las SGCS se especifica en el cumplimiento de la misión en virtud de la situación espiritual e institucional de la que parte, «expresando y realizando la propia consagración en la actividad apostólica»[1].
Esta actividad, aunque siendo una acción apostólica y caritativa a veces genérica, es primariamente existencial. Es decir, una acción que tiene su origen y está animada por el Espíritu Santo[2], porque expresa una misión de persona consagrada, que tiene un corazón pobre, casto y obediente de seguidor estrecho de Cristo. El típico amor esponsal con Cristo y la típica alianza con el Padre nos permiten percibirnos intensamente como humildes siervas de Dios llamadas a trabajar con todas las fuerzas a causa de Él y para Él[3].
Cualquier actividad técnicamente eficaz y profesionalmente efectiva, pero sin este espíritu propio y dentro de este enmarque vocacional, sería simplemente árida. Es por esto que, el modo justo de desempeñar la misión se debe distinguir por «un espíritu amoroso, una exquisita caridad, sana y alegre, en un clima de comprensión y de respeto»[4]. Intención que se debe palpar aun externamente, con el esmero, el orden y con la perfección del trabajo que refleje el cuidado amoroso de Cristo y de su Iglesia para con sus sacerdotes más necesitados[5].
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