Ese don siempre vivo del Espíritu protege a la vida consagrada para poder mantenerse y difundirse a beneficio de la Iglesia , tomando forma en estructuras oficiales, destinadas a servirlo.
De esta forma, los carismas se presentan como diversas modalidades de practicar y de especificar los consejos evangélicos en vista de una misión definida. Por esto, la misión para los consagrados, se convierte en una responsabilidad más explícita a trabajar por la implantación del Reino. En efecto, «la persona consagrada está en misión en virtud de su misma consagración, manifestada según el proyecto del propio Instituto»[2].
Siguiendo esta línea, la consagración, la intervención de Dios, la mediación de la Iglesia y la respuesta del hombre contribuyen a crear una nueva y particular relación de alianza, que incluye necesariamente la misión, por lo que el empeño de los tres votos[3] no se puede separar del servicio apostólico[4]. De esta manera, la vida consagrada «se pone en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión»[5].
Tanto el Concilio Vaticano II como el Magisterio postconciliar hablan claramente de la índole propia de cada Instituto, que contiene una particular vocación, una propia función, un espíritu genuino y un patrimonio[6]. En el que el carisma de un Instituto está relacionado con el carisma personal del fundador[7] y se revela como una experiencia del Espíritu trasmitida a sus propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y constantemente desarrollada.
Teniendo en cuenta estos presupuestos comunes a todos los consagrados, describiremos la misión de las SGCS indicando, además, los principios teológicos que fundamentan nuestras actividades.
[1] Cf. Aubry, J., (Ed.), (1993). Vita consacrata. Un dono del Signore alla sua Chiesa, Torino: Elle Di Ci, 137. (La traducción del texto italiano presentado en este trabajo es personal)
[2] VC, 72.
[4] Cf. Congregación para los Institutos Religiosos, Elementos esenciales de la Vida Religiosa , 31 de mayo de 1983.
[7] PC, 2.
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