Todo por ti Jesús mío, el padecer, el morir, el descansar y el amar

Fundamento teológico

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  • La base teológica que constituye la razón de la existencia del Instituto de las SGCS, se funda en la dimensión Trinitaria de la oblación de Cristo[1]; ya que por una decisión libre, «Dios se revela por amor y se da al hombre, enviando a su Hijo amado y al Espíritu Santo»[2], para que podamos llegar a Él y participar de la naturaleza divina[3]. De este modo, el ser y la existencia de Cristo pertenecen totalmente a los designios salvíficos de Dios sobre el hombre. Jesús es el «ungido y enviado»[4]; porque como Hombre, Eterno y Sumo Sacerdote, introduce el sacrificio de sí mismo, que es el precio de nuestra redención, para que fuéramos hijos por adopción[5].

    Su sacrificio se traduce en una obediencia al Padre, desde el momento de la encarnación[6] y tiene su punto culminante en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Así, lleva a plenitud el sacerdocio y el sacrificio de todas las religiones naturales y particularmente las del Antiguo Testamento porque Cristo es Sacerdote, al mismo tiempo, templo, altar y víctima.

    Nuestra incorporación a Cristo y filiación divina se actúa a través del don del Espíritu Santo[7] para que tengamos acceso al Padre por medio de Cristo[8] y «su amor permanezca en nosotros»[9]. Es el Espíritu que nos hace capaces de anunciarlo al mundo para atraerlo a Él, y así todos los pueblos puedan ser conducidos a la salvación y toda la creación tenga su definitiva recapitulación en Cristo.

    A este fin, el Señor quiso instituir un especial sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo Sacerdote, de manera que puedan obrar como representantes de Cristo cabeza[10]. Dentro de este marco se puede hablar de los sacerdotes como los que han sido elegidos para continuar su obra, por una entrega semejante a la de Él[11].

    A este propósito, las SGCS con un carisma propio, queremos cooperar a la implantación del Reino en el mundo, sirviendo y siguiendo a Cristo Sacerdote en sus sacerdotes[12]; para ayudarles en su misión, «como aquel grupo de piadosas mujeres que amando mucho a Cristo, lo acompañaron a Él y a sus apóstoles en su misión pública»[13].

    La modalidad del seguimiento se debe concebir como una entrega impregnada de un «espíritu de servicio, oblación y sacrificio»[14] buscando la propia santificación a fin que los sacerdotes se santifiquen y sigan proclamando eficazmente el Evangelio, reuniendo y guiando la comunidad, perdonando los pecados y, sobre todo, celebrando la Eucaristía, donde sacramentalmente hacen presente a Cristo, Salvador de todos los hombres; y de esta manera llevar a término el mandato divino en armonía y en plena adhesión a las necesidades concretas del hombre.

    Estos principios teológicos nunca fueron desconectados de una concreta experiencia humana y pastoral. De hecho, la Obra nació al ver que algunos sacerdotes, principalmente en su ancianidad, o afligidos por sus enfermedades, pobreza y responsabilidades pastorales, no encontraban fácilmente la ayuda que requerían. Considerando que era muy necesaria una institución dedicada especialmente a proporcionarles ayuda, con la debida preparación, disposición de espíritu y con medios adecuados y estables[15] se fue perfilando la fisonomía del Instituto, precisamente como respuesta a esta necesidad[16].


    [1] Cf. Ibidem, n. 1.
    [2] CEC, 50.
    [3] LG, 1.
    [4] Cf. Lc 4,18; Jn 10,36.
    [5] Cf. Ef 1,5.
    [6] Cf. Hb 10,5-7.
    [7] Cf. Hch 2,4.
    [8] LG, 4.
    [9] LG, 40.
    [10] Cf. PO, 2.
    [11] Cf. PO, 12.
    [12] Lema SGCS.
    [13] Cf. Mt. 27, 55-56.
    [14] Const. SGCS. Opus cit., n.9.
    [15] Cf. Const. SGCS. Opus cit., n.9.
    [16] Cf. Cardi, F., (1983). Los fundadores hombres del Espíritu. Para una teología del carisma del fundador, Madrid: Publicaciones claretianas, 17.

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